Día 2: La celebración, la alfombra, el nudo en la garganta

Me desperté temprano, pero el cuerpo no respondía fácil. La desvelada, el cambio de horario… me costó salir de la cama. Aun así, me levanté. Me bañé. Me puse a planchar mi traje, porque mi papá siempre me enseñó que hay que vestirse bien para las ocasiones importantes. Y esto lo era. Era el día de la premiación de los SmallRig Awards.
Salí del hotel con intención de buscar algo tradicional para desayunar, pero el nervio no me dejó detenerme. A unos 200 metros del lugar del evento, el OCAT, encontré un 7-Eleven. Me compré algo sencillo, un lonche y algo de tomar. Nada del otro mundo, pero me supo a alivio.
Al llegar al evento, me recibieron tres pancartas enormes, señalizaciones por todos lados, personas guiando, cámaras.




Me dieron una bolsa con obsequios y un pequeño aparato para traducir del chino al inglés. Era un caos de energía, y en medio de eso, una voz me dijo: “Ven, pasa al área de descanso”. Fue ahí donde conocí a Rutian, uno de los organizadores, quien me recibió con amabilidad. Me presentó a otros cineastas: Hebert (de Brasil) y Alejandro (peruano, aunque vivía en Indonesia). A partir de ahí, formamos un pequeño equipo de risas, fotos y aventuras.
Firmamos una pared inmensa con nuestros nombres, como si fuéramos estrellas. Me sentí famoso por un momento.


Conocimos a Ryan (uno de muchos Ryans en el evento), a Gav de Hong Kong, a Toni de Croacia. Todos conectamos en segundos, como si nos conociéramos desde antes.


El evento arrancó con luces, pantallas gigantes, música. Todo era espectacular. Me senté junto a Hebert a ver la bienvenida y la presentación de Sony, pero en algún punto se convirtió en una especie de pitch de ventas. Y teníamos hambre.



Nos escabullimos a buscar algo de comer, y volvimos a encontrarnos con Alejandro, con quien nos tomamos más fotos. Nos unimos a Toni y fuimos a ver los pósters de nuestras películas.

Fue un momento hermoso, pero también emotivo. Vi a Hebert llorar por teléfono mientras hablaba con casa. No diré sus motivos, me los confió con honestidad y respeto. Pero lo sentí. Me tocó.


Luego, vino la comida. Teníamos pases para distintos restaurantes, y el nuestro era precioso, decorado con arte tradicional chino y detalles modernos. Éramos una mezcla de culturas sentados en la misma mesa: Perú, Croacia, Bulgaria, China, Irán, México. Recuerdo que Toni batallaba con los palillos. Fue divertido. Yo tomaba fotos de todo. China me parecía un país lleno de pequeñas mascotas en cada esquina, en cada tienda, cada espacio.




Más tarde, Alejandro y yo decidimos salir a caminar por el vecindario. Primero pasamos a su hostal, donde dejé mi saco y mi mochila. Conocí al perrito viejo del lugar. Después, salimos a explorar. Calles hermosas, árboles, grafitis, puentes, tallas en madera. Un caos visual lleno de belleza. Alejandro tomó varias fotos con su cámara y me inspiró a sacar la mía. Empecé a capturar la ciudad, la gente, los detalles. Nos encontramos con una figura de KFC: el Coronel Sanders versión animada, que yo había visto en videos. Me emocioné como niño.




De vuelta al hostal, nos preparamos para la alfombra roja. Nos pidieron ir en grupos de tres, así que formamos el "Latino Power": Perú, Brasil y México. Caminamos juntos. Fotos, entrevistas, flashes.


Dentro del evento, conocimos a más cineastas. El ambiente era de fiesta. Nos reíamos, compartíamos historias, tomábamos fotos con los organizadores.



Llegó la ceremonia. Nos presentaron a los jueces. Y luego, comenzaron a anunciar a los ganadores. Yo estaba sentado en una fila con Alejandro y Ryan. Llamaron a Alejandro como ganador de bronce. No se lo creía. Luego Ryan. Lo mismo. Después, nuestro compañero de la India ganó plata. Tres personas a mi alrededor, tres premios. Y yo empecé a sentirme… extraño. ¿Y si no gano nada? ¿Y si soy el único en esta fila que se va con las manos vacías?




Llegaron los premios de oro. La ganadora de España subió entre lágrimas. Un momento muy emotivo. Y finalmente, como era de esperarse, el primer lugar fue para China. Conocí al director, un tipo brillante, y seguimos en contacto desde entonces.

Al terminar, nos tomamos fotos con los jueces. Aún me quedaban algunos dulces y logré repartir los últimos. Me acerqué a dar dulces mexicanos como regalo, a el presidente de SmallRig. Con la ayuda del ganador anterior que hablaba chino, entendió lo que era un mazapán y lo aceptó con gusto. Todos sonreían. Todos estaban felices.




La gala terminó con una cena y después… la mesa redonda. Primero hablaron los jueces. Y luego nos tocó a nosotros. Me acuerdo que no escuché mi nombre, pero Alejandro me dijo: “¡Ya ve tú!”. Yo dudé, pero subí al escenario. Justo cuando iba llegando, escuché mi nombre por el altavoz. Fue un momento raro, como de sueño. Las traducciones eran simultáneas, confusas. Escuchaba chino en un oído, inglés en otro. Muchas veces no entendía la pregunta, pero trataba de adivinar por las respuestas de mis compañeros.





La última pregunta del público fue tan extraña que ni el traductor supo qué decir. “No está haciendo sentido”, dijo. Y nos reímos. Fue el cierre perfecto.
Después de las fotos oficiales, hablé con Uli Gaulke, uno de los jueces, que da clases en la Universidad de Hong Kong. Intercambiamos ideas para hacer posible una colaboración con la UACJ. Un puente inesperado.

Se acercaban las 11:30 p.m., y mi último tren al hotel estaba por salir. Me despedí de todos, agradecido y agotado. En el camino de regreso grabé un video. Estaba triste. Sentía que había decepcionado a todos por no ganar. No subí ese video. Lo borré. Decidí esperar a pensar con claridad. Hice un live donde hablé desde otro lugar, con más calma. Ese otro video… aún lo tengo pendiente.


Así terminó mi segundo día en Shenzhen.
Lleno de emoción, luces, risas, dudas y una chispa que todavía no se apaga.